Sexo Homo en la Perversa Uganda



La prensa ugandesa publicó listas y fotografías de más de 200 homosexuales con ocasión del reciente endurecimiento de penas para el delito de homosexualidad. Dice este titular Red Pepper: "Cuélguenlos. Van tras nuestros hijos." 


El asunto, que tenía que ver con esta noticia, me sugirió varias cosas que tuve que referirle a F. en la medida de un correo electrónico escrito sobre la marcha. Una observación de sentido común y biólogo aficionado acerca del sexo homo y su ajenidad respecto de los afectos interpersonales. Una repetición sobre la ajenidad del Estado respecto de la intimidad de los ciudadanos. Un señalamiento de la amistad ciudadana como medida natural de la libertad religiosa y de prensa y, en general, ideológica. Y unos porqués de este parecer mío: las penas a perpetuidad, concretamente la de prisión, que imponen las sociedades soberbias, son penas de muerte diferidas -una barbaridad- que no tienen ni pueden tener ninguna justificación. 
F. me pedía opinión sobre esto que leyó en el diario El País en febrero de 2014:
Pena perpetua para gais en Uganda.  
"Y lo hará avalado por el trabajo presentado por un grupo de científicos convocados por el Ministerio de Sanidad para resolver el siguiente dilema: el homosexual nace o se hace. La conclusión a la que han llegado apunta a que no existe “responsabilidad genética” en la homosexualidad, esto es, que no es una enfermedad, sino un comportamiento “anormal” que surge en la vida. Y visto así, hay que regularlo, han aconsejado a Museveni sus expertos."  

1. Sobre si los humanos nacen o se hacen gays o lesbianas. ¿Puede ser el deseo homosexual moralmente reprobable?
Ian Sample ha explicado los últimos descubrimientos científicos sobre la predisposición genética de la orientación sexual de los humanos. Parece que todo es cuestión de neuronas: hay quienes los olores del ajo y la cebolla ponen a salivar como el perro de Pavlov; a otros les da náuseas la cebolla, a otros el ajo, y a otros ambas; en unos la reacción es espontánea desde siempre, es innata, y en otros es aprendida (como el que nunca ha comido lo uno o lo otro "porque no me gusta" pero cuando lo prueba queda encantado.) El deseo sexual funciona así, creo: a unos les apetece hacer sexo con mujeres, a otros con hombres, a otros con ambos y a otros no les apetece. Esta apetencia, pues, no es elegida sino fortuita. Su práctica, ejercicio de dominio sobre el propio cuerpo.

Ahora bien, si el deseo sexual desata o va acompañado de la apetencia recíproca del otro por lo que el otro es - o sea: si dos que se se desean sexualmente se enamoran - la relación es de conocimiento del otro, que en cuanto objeto de conocimiento no tiene sexo o género: es puramente "humano", "personal" (de una persona, no de un hombre o una mujer), carente de género. Aristóteles llama a esto φιλία δι'αρετή, una amistad cuya causa, voy a decir, es "esencial", no "accidental". Que dos humanos se amen no es ni puede ser éticamente reprobable.


2. Sobre la situación de los homosexuales en Uganda y en África en general. 
El problema entraña (a primera vista) por lo menos tres actitudes de suma perversidad. 
Primera.- Utilizar o consentir la utilización del Estado para inmiscuirse en y estragar la vida privada de las personas. 
La razón de ser del Estado es servir a la sociedad; prestar a todos los ciudadanos unos servicios sin los cuales no pueden convivir en libertad, sin los cuales su sociedad no puede funcionar bien. Esa sociedad funciona bien cuando tiene paz y pan y cada socio vive como mejor le parezca. La paz es condición. Como la vida sexual de cada uno es de ese uno (por eso es parte de la "vida privada") y a nadie en sus cabales le gusta que los demás se le inmiscuyan en sus cosas, parece que no puede haber paz sin el respeto recíproco de la privacidad de las personas. El Estado irrespetuoso, el que se inmiscuye o consiente la injerencia en la esfera ética o moral de sus ciudadanos, en las vidas privadas, es un Estado corrupto, perverso. Al Estado le toca lo jurídico, no lo ético, que excede su naturaleza. Sobre esto hay un artículo muy bueno de Chris Hedges: Homophobia Threatens To Turn Democracy Into a Fundamentalist Theocracy

Segunda.- Solapar o consentir el solapamiento de la incitación al odio en el derecho de expresión, incluso religiosa.
Los idearios, y entre ellos la religiosidad, son como la sexualidad: pertenecen a la intimidad de las personas. Pero así como un abusador de menores, del género u orientación sexual que sea, no puede ampararse en su privacidad para justificar su delito, tampoco puede ampararse en su libertad religiosa o de prensa quien aduciendo motivos de fe u otra ideología (cualquiera que ésta sea o pretenda ser) enemista, en vez de amistar a los ciudadanos. Es lo que hacen en Nigeria Mohammed Tata, ex comisionado de la Sharia o ley islámica, que predica la satanización del homosexual como política de Estado, y en Uganda el obispo de la protestante New Apostolic Reformation Julius Oyet, que predica el odio al gay como credo religioso: "No es Uganda la que está imponiendo la pena de muerte a los homosexuales, sino Dios y su palabra."


 Y tercera.- Imponer o consentir que los Estados impongan penas de cualquier tipo "a perpetuidad" - o sea, a pagar hasta que el condenado muera. 
De las cosas más "maravillantes" de la especie humana es que es, creo, la que más variedad de individuos soporta sin que la forma deje de ser una y la misma. No sólo por la irrepetibilidad del genotipo, que nos impide a los humanos parecernos entre nosotros tanto como se parecen unas gallinas a otras o unos geranios a otros, sino por la versatilidad de la sesera, que nos capacita para, por elección (o sea, libremente) comportarnos como gallinas, para refinar sus razas o para alimentarnos de ellas. 

El humano es dinámico, a la vez motor y timonel de su operación, de sus acciones. Por eso en condiciones normales el carácter - el personaje que cada uno interpreta en el escenario del mundo - no es terminado, inamovible, inmutable, sino que puede cambiar: mientras el humano está vivo es; y mientras esté en condiciones, puede ser. Esta era, cuando me enseñaron teoría del derecho penal, la finalidad (o razón de ser) de las penas: corregir al delincuente. Si más no por compasión, mientras éste viva, hay que presumir que esa corrección siempre será cuando menos remotamente posible. Eso se llama el beneficio de la duda.

Imponer una condena a perpetuidad deniega esa posibilidad. Esa denegación, contraventora de la naturaleza de la pena, contraría el dinamismo esencial de los humanos. Condenar a alguien a prisión perpetua, por la razón que sea y por grave que sea esa razón, es una pena de muerte diferida (un sentarse sine die a esperar la muerte) que entraña una crueldad tal que, a mi entender, es capaz de anular la deuda social del delincuente. Te recomiendo que veas el documental "Into the Abyss", de Werner Herzog, para que te hagas una idea de lo que quiero decir.


Salud,

D.-